martes, 8 de septiembre de 2009

Desde Quito a la tierra de los pastos. Segundo día

Dejamos la Calera a las nueve de la mañana. Me alegró saber que todos habíamos disfrutado de una noche plácida. Para Alexandra por ejemplo fue su primera experiencia acampando y el hecho de haber encontrado un lugar agradable, fue fundamental para comenzar el día con todo optimismo.
Volvimos en dirección al Angel y de ahí continuamos en dirección hacia Tulcán. Me gustó el toparnos con una pequeña competencia ciclística. No paramos hasta llegar casi hasta la frontera donde nos sorprendió el primer disgusto. Dado el contrabando de combustibles, la gasolina se vende racionada en el Carchi y una simple labor como llenar el tanque del vehículo requiere visistar por lo menos unas tres estaciones de servicio.
Este desaguisado se nos olvidó en cambio cuando, al llegar a Rumichaca a las diez y media preparados para un largo y cansino papeleo en el cruce de la frontera, nos enteramos de que si íbamos hasta Pasto no necesitábamos más que nuestra palabra y buena voluntad. Para esta parte del viaje yo me había asegurado el puesto en el jeep que corresponde al conductor de relevo. Es decir el que siempre va descansando en el maletero del vehículo. Dada mi cómoda posición y un selección particularmente
monótona de bachatas, me dormí hasta que llegamos a la entrada a Ipiales faltando un cuarto para las once. Decidimos ir directamente hacia las Lajas.

Me acordé aquí de mi primera visita a este lugar en compañía de mi familia. Y no se si fue este recuerdo o la impresión que me dan los santuarios contruidos con piedra volcánica negra en medio de una quebrada, que pusieron a prueba mi ánimo. También contribuyó a ello el pensar que nuestro viaje podíamos hacerlo en nombre de nuestra Universidad Salesiana, ya me comenzaba a cuestionar cuanto del espíritu de Don Bosco podía estarme acompañando. El Wilfrido compró una vela y el sitio donde la colocó me hizo recordar el verso de la
canción de los Caifanes...." te pondré en un altar de veladoras".
Dejamos las Lajas después de almorzar y estábamos entrando en Pasto un cuarto para las cuatro. Aquí si me di cuenta de que habíamos abandonado el Ecuador. A pesar de ser una ciudad pequeña, Pasto presente un cara mucho más urbana que las grises ciudadecillas ecuatorianas. No voy a mencionar cuales para no crear enemistades regionales.
Después de hacer averiguaciones respecto a un sitio para acampar se nos presentaron dos opciones: un balneario termal y la laguna de la Cocha. Recordando la buena experiencia del día anterior yo rápidamente opté por las piscinas. Wilfrido en cambio parecía decidirse por la lagunita y puso al grupo a favor de su desición. Nuevo susto para mí cuando para llegar a la laguna empezamos a subir
por la cordillera. Otra vez la preocupación de saber que no teníamos equipos necesarios para resistir una noche de frío extremo. Pero cuando divisamos la lagunami miedo se disipó al observarla en el fondo de una hondonada que aunque lógicamente fría por la altitud a la que nos allábamos, no estaba expuesta a los rigores del páramo como en un principio me había imaginado.

Mucho más cuando llegamos al borde del agua y descubrimos que no se
trataba de un lugar recóndito sino de una verdadera explotación turística con chalets, restaurantes, hoteles, embarcadero y laposibilidad de practicar deportes acuáticos. En ese momento agradecí que el grupo no hubiera escuchado mi opinión negativa respecto de este lugar que no conocíamos. Y es que esa es la verdadera escencia de la aventura: probar y probar disfrutando siemprede todas esas pruebas.
Lo siguiente fue decidirnos entre los dos lugares que nos ofrecían: un potrero y la referencia del hotel Sindamanoy. En este caso no bastó con la insistencia del Wilfrido, pues a pesar de todos sus esfuerzos, no pudimos dar con el mentado
potrero. Así que nos dirigimos hacia el el hotel que queda a diez minutos del poblado de la Cocha tomado la carretera que va al Putumayo. En realidad dimos con un sitio excelente al costado del hotel donde nos permitieron acampar e inclusive nos facilitaron una chimenea para poder cocinar la parrillada que habíamos comprado en Pasto.

Las condiciones del campamento eran más difíciles que el día anterior no solo por el frío sino además por la humedad al estar situados cerca de la laguna. Sin embargo pudimos disfrutar de la comida y del descanso respectivo en las carpas. La noche incluyó un proceso de conocimiento interno y fortalecemiento del grupo en base tener que expresar las fortalezas y debilidades que ya habíamos podido observar en cada uno de los integrantes.

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