miércoles, 16 de septiembre de 2009

Última nave a Mompiche. Primer día.

Miércoles 19 de agosto
Sufrimos nuestros primeros tropiezos en la planificación. Los íbamos a extrañar Maricarmen, Alexandra y Wilfrido. De todas maneras a las 09:54 partimos una vez más de la casa de Doris. El auto lo puso Efrén y junto conmigo completamos un grupo que me recordó a la película “Y tu mamá también”.
Ensayamos la ruta Calacalí para evitar el tráfico pesado. Ya a las 11:30 habíamos pasado por los Bancos y a las 12:04 por Puerto Quito.
En las cercanías de Quinindé hicimos nuestra parada para el almuerzo pues a las 13:30 sentimos los rigores del hambre la cual fue aplacada con sánduches y abundante agua. Eso si, agua en copa. De hecho estábamos decididos a que este pedazo de cristal haga en nuestro viaje la diferencia entre la civilización y la barbarie.

Partimos de Quinindé a las 13:50 con la companía musical de Sabina y Aute, esta vez en casetes. Ya que si bien la nave de Efrén deboraba las distancias como un rayo, no poseía las últimas innovaciones del sonido digital.
Por Esmeraldas estuvimos pasando a las 14:48 y por Atacames a las 15:10. Sólo las saludamos de vista. No era lo que buscábamos.
A medida que recorríamos la nueva ruta empezamos a dudar de la existencia de nuestro destino pues en la carretera no había ni una sola señalización que nos indicara que nos aproximábamos a nuestro objetivo. Llegamos a Tonchigüe. La sonoridad de estos nombres nos daba el ritmo de la aventura.

Pero si, Mompiche si existía y lo conocimos al caer las 16:35. El sitio escogido para el campamento fue el Hotel “El Gabeal” que ofrece sitios acondicionados para camping por 3 dólares al día por cada persona.
Aprovechamos lo que quedaba de la tarde mojando nuestros serranos y cansados cuerpos en la tibia agua del Pacífico. Luego caminos hasta caer la noche y encontrarnos con una serpiente marina.

La nueva experiencia de acampar sobre la arena nos trajo hormigas voraces que atacaban nuestras extremidades inferiores y nuevos experimentos culinarios: pasta, champiñones, aceituna, atún, parmesano y vino.

Pero la caída del Sol no impone el fin de la vida. La tranquilidad de Mompiche nos congregó alrededor de la fogata y de dos excelentes anfitriones en un puesto de cócteles. Y ya era suficiente. A dormir y arrullarse con el sonido de las olas.

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